El soldadito de plomo

El soldadito de plomo

El cuarto de Carlos, estaba repleto de juguetes. Un día el papá de Carlos, le regaló una caja con soldaditos de plomo.

-!Gracias Papá! - dijo Carlos y se lo llevó a su cuarto para jugar con ellos.

Al abrir la caja se dio cuenta que a uno de los soldaditos le faltaba una pierna:
-!Parece que hubiera ido a la guerra! - se dijo.

Después de jugar toda la tarde, Carlos y su hermana, se fueron a dormir dejando cerrado el cuarto de los juguetes. Durante la noche los juguetes cobraban vida. Despertaron los soldados y se pusieron a marchar. Todos menos el soldadito cojo y se sentó en un cubo muy triste. "!No soy un soldado de verdad, ni siquiera puedo marchar!" - pensaba.

De pronto, empezó a escuchar una dulce música que lo hizo levantar la cabeza y...¡oh, Dios mío! Vio una preciosa bailarina que se movía con la melodía. La bailarina se dio cuenta de su presencia, lo miró y sonrió dulcemente y cuando el soldadito fue a hablar, escuchó un grito:
-¿Qué haces aquí? – gritó un muñeco grande y feo - ¡No te acerques a ella, me pertenece!... – y se abalanzó contra él con muy malas intenciones.

El soldadito trató de defenderse peleando cerca de una ventana, perdió el equilibrio luego que fuera empujado por el muñeco grande y feo. Cayó a la calle en un gran charco de barro.

Dos niños que jugaban lo encontraron y al verlo cojo y sucio se conmovieron y lo pusieron en un barco de papel para verlo navegar por el río.

El soldadito en el barquito de papel no aguantó mucho y se hundió al llegar al fondo, se encontró con un gran pez, creyéndolo comida, se lo tragó.

No pasaron mucho días, cuando un pescador dio con el pez y ocurrió que la madre de Carlos se lo compró sin saber lo que había en su interior. Preparaba la cena la mamá cuando encontró al Soldado, lo lavó bien y llamó a sus hijos:
-¡Mirad lo que he encontrado!’

-¡Qué bien! ¡Es mi soldadito perdido! - Carlos corrió a su cuarto con el soldado y lo dejó en su cajita.

De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo:
-Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado.

Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo.

Nada más se supo del soldado y de la bailarina. Al limpiar la chimenea a la mañana siguiente, se encontraron un corazón de plomo y una rosa de lentejuelas. Era la señal de amor que había quedado entre el soldado y la bailarina.


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