Piriápolis, la ciudad mágica y dorada del Uruguay

Piriapolis

A menos de una hora en coche desde la capital uruguaya, Montevideo, dirección este, se erige, rodeada de cerros, una ciudad talismán a ojos de quien la descubre por vez primera. Su nombre Piriápolis.

A menos de una hora en coche desde la capital uruguaya, Montevideo, dirección este, se erige, rodeada de cerros, una ciudad talismán a ojos de quien la descubre por vez primera. Un visionario del siglo XIX, Francisco Piria, la ideó y bautizó como su particular Balneario del Porvenir. Se trata de Piriápolis, en el departamento de Maldonado, una urbe cuyas calles fueron estructuradas bajo los enigmas de la cábala y los misterios de la alquimia y que tiene trazos de convertirse en uno de los destinos mundiales del turismo esotérico. Pero es otro turismo, el de ocio y servicios, el que otorga merecida fama a esta metrópoli gracias a sus balnearios, la calidad de sus playas o la mística que fluye por cada rincón.

La ciudad tiene su eje en torno a la Rambla de los Argentinos, una avenida costanera que toma su nombre de los clientes mayoritarios de los hoteles propiedad del fundador de la urbe. Volcada hacia al turismo, Piriápolis realza sus valores naturales y origina efectivos elementos de atracción y disfrute del tiempo libre. Dispone de una amplia oferta de hoteles y casinos, así de cómo de una activa vida nocturna en verano. A vista de pájaro, las calles de de esta urbe uruguaya dibujan la constelación de Acuario. Al cruzar la rambla se llega al Argentino Hotel, edificio que esconde claves en su estructura, vitrales y estancias al más puro estilo de las catedrales góticas. Nos encontramos frente al que fuera en 1930 el más suntuoso establecimiento hotelero de América del Sur, según aseguran muchos lugareños.

Los edificios más emblemáticos de Piriápolis encierran mensajes cifrados y códigos por descubrir. Es el caso del castillo de Piria, enclavado entre puentes, bosques y granjas al que se llega tras atravesar la denominada Ruta 37 y disfrutar con el viaje de la contemplación de los cerros de las Ánimas y el Pan de Azúcar, el tercero más elevado del país. Antes de entrar en la fortaleza, sobre su la fachada, se divisan cuatro beaussant, o lo que es lo mismo, el estandarte de la antigua y misteriosa orden militar de los templarios que combatió en Tierra Santa durante la Edad Media; éstas ondean en los cuatro torreones que la rodean. En el interior del castillo también son visibles varias cruces paté. De repente, surgen las dudas: ¿llegaron los templarios a América antes que Cristóbal Colón o tal vez fue Piria, durante su estancia en Europa, quien retornó con los secretos de cómo transformar los metales en oro?

De regreso por la Ruta 37, el visitante se topa de bruces con la Iglesia de Piria, ubicada en lo que sería el centro de la ciudad, según el diseño de este moderno Julio Verne. En su fachada destaca un evocador rosetón de ocho pétalos que aluden a la Rosa Cruz, otro símbolo alquímico. Cerca de aquí comienza una ruta mística para peregrinos. Son varias paradas propuestas por Piria para palpar las energías de la que pensó denominar como Heliópolis (Ciudad del Sol), que es el lugar donde renace el ave fénix, según la deontología alquímica. El parque municipal La Cascada es, sin duda, uno de los parajes más atractivos. Se accede a él por la Ruta 3, tras cruzar el puente desde la avenida Artigas. Allí, rodeada por un pequeño bosque se halla la cascada que da nombre al parque, un salto de agua de cinco metros.

En el cerro del Toro se alza la fuente de mismo nombre. Se trata de una escultura en bronce de tamaño natural de tres toneladas traída desde París por Piria. Desde la cima se puede disfrutar de una hermosa vista del balneario. Algunos turistas deciden comenzar su itinerario en Piriápolis partiendo desde la imagen de Stella Maris (Virgen de los pescadores), ubicada en la falda del cerro que domina la bahía. Si se ve de espaldas adopta la figura de Jesucristo. La tercera de las fuentes de Piria, la de Venus, sobresale por ser una réplica exacta del templo griego existente en la famosa Villa Paravicini, en Italia, u otra igual en Versalles (Francia).