Violencia doméstica, cuando el hogar es un campo de batalla
Sin duda la violencia de género es un deleznable y poco ponderado atentado contra los derechos humanos. También conocida como la violencia en contra de las mujeres a manos de sus compañeros, maridos o novios, hace imprescindible la reflexión sobre una situación de base en la que hemos estado inmersos durante años y que hoy, propiciado por la crisis económica o, más bien utilizando la crisis como catalizador, comienza a tomar fuerza y a ser considerada por todos los sectores, como una lacra a erradicar.
La violencia de género o violencia en contra de las mujeres se remonta a nuestros ancestros donde el hombre ejercía un control total sobre sus mujeres. Tras años –breves en la historia- de matriarcados, el poder hegemónico del hombre volvió en los tiempos de las colonias, a adquirir fuerza y las mujeres eran consideradas, seres inferiores, sin derechos y a merced del hombre.
Si bien es cierto que las sociedades actuales repudian la violencia de forma explícita, lo que también es una realidad latente es que tácitamente se permite que siga sucediendo y no se encuentran las herramientas para erradicar una situación que produce efectos de ruptura total, no sólo para las mujeres, sino también para sus hijos -futuras generaciones de potenciales maltratadores y maltratadas- y el núcleo familiar.
Violencia doméstica, una gran pandemia
Los últimos datos hablan de una de cada tres mujeres agredidas, abusadas, violadas o humilladas a manos de sus compañeros u hombres desconocidos
Situada con mayor peso específico en la tasa de mortandad, la violencia doméstica causa la muerte a más mujeres que el cáncer y, recientemente, se establece un vínculo muy peligroso entre las enfermedades de transmisión sexual, las drogas y la violencia doméstica.
Adicionalmente al costo personal y el atentado contra los derechos humanos, la violencia doméstica se convierte en un gran enemigo de las economías, únicamente en Estados Unidos, la violencia doméstica cuesta cerca de 6 millones de dólares anuales en atención médica, a lo que hay que añadir las pérdidas en el tejido empresarial por licencias médicas que, sólo el año pasado, ascendió a 2 millones de dólares.
El hogar, un campo de batalla
Parece claro que la violencia doméstica es un freno para el desarrollo de las sociedades y un fuerte potenciador de la pobreza, la enfermedad y la exclusión social.
En este punto del análisis y con lo aterrador de las cifras, nos encontramos ante un escenario aún más devastador y terrorífico; la violencia doméstica se concentra en el hogar como punto neurálgico de la agresión, haciendo del “refugio” de toda persona, un campo de batalla.
El último estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud arrojó datos escalofriantes en los que, salvo en Japón, donde el porcentaje de mujeres agredidas no alcanzaba el 15%, en Estados Unidos se incrementó a un 22% y en el Reino Unido alcanzó un 30%.
Violencia sexual
Vinculada íntimamente a la violencia psicológica y/o física y con la base del abuso de poder como núcleo, la violencia sexual sufrida por las mujeres de manos de sus compañeros, maridos, novios o amigos, se incrementa vertiginosamente, únicamente analizando las cifras de quienes se atreven a denunciar públicamente una situación que no siempre es reconocida y aceptada y de la que las mujeres se convierten en víctimas –no sólo de sus agresores- sino también, de la sociedad.
Las estadísticas y proyecciones realizadas hablan de una de cada cinco mujeres que serán agredidas en todos el mundo. En Suiza más de un 20% de estudiantes menores de edad, han confesado haber sufrido algún tipo de abuso y en países como Perú, la edad media de las mujeres agredidas, apenas supera los 15 años.
Porcentajes que siguen de forma espeluznante en todos los países; un 12% en Canadá, entre un 10% y un 20% en Australia y Nueva Zelanda.
La violencia doméstica se consolida en nuestras sociedades como parte de ellas en un momento en el que la vuelta a los valores tradicionales, el respeto y compromiso por la familia y las relaciones personales y un nuevo orden social basado en la convivencia humana y no animal, son los grandes retos de este siglo XXI que aún resulta convulso en todos sus ámbitos.
¿La solución?
No debemos olvidar que ciclos económicos como el que vivimos, en los que la escasez y la supervivencia son los objetivos primarios a cubrir, acorralan al ser humano y su respuesta… ciertamente animal.
Si dejamos de lado los crímenes y atentados producidos en países sub desarrollados en los que la ablación genital, la lapidación por adulterio o el asesinato por infidelidad, siguen formando parte de sus culturas de una forma arraigada y aceptada que es preciso eliminar y, nos concentramos en la violencia ejercida contra las mujeres en lo que es considerado como el mundo desarrollado, es muy importante que los gobiernos acometan las medidas necesarias para garantizar la cobertura de las necesidades primarias de las personas.
En nuestra intrínseca esencia animal, la pobreza, la escasez, la falta de oportunidades, el hambre, la exclusión social… y la agresión física, psicológica y sexual, están grabados a fuego como respuestas a los instintos que no pueden ser satisfechos.
Establecer ámbitos de protección a las víctimas y, paralelamente aportarles el apoyo psicológico que necesitan para superar una situación de la que en un 45% de los casos, según los estudios, son parte activa por omisión y aceptación, son claves para comenzar la senda de la erradicación de un crimen contra la humanidad que causa tantas víctimas como los conflictos bélicos, o más damnificados que las últimas pandemias vividas.